Horas de tres cuartos
Hubo un momento en el que el aprendizaje no estaba regulado por tiempos, sino que se aprendía y punto, situación que fueron cambiando y modificando las sucesivas leyes educativas. Esto ha sido así tanto en lo relativo al tiempo para las distintas áreas como al calendario escolar, adaptándose tanto al momento de la época como a los nuevos contenidos, con el objetivo de ir formando un sistema educativo más eficaz.
Una de las últimas modificaciones a este respecto ha tenido lugar el pasado curso académico con la entrada de la nueva normativa educativa. Mis alumnos y yo hemos sufrido una sinrazón al igual que muchos más, consistente en la reducción a sesiones de 45 minutos de las clases en Educación Primaria. Podría pensar que, como las contenidos y las exigencias han aumentado, es una consecuencia lógica; pero no, me resisto a una razón tan simplista y alejada de la realidad. Si siguiésemos ese mismo razonamiento dentro de 20, 30, 40 años el saber habrá aumentado tanto que tendríamos que seguir haciéndoles espacio en el horario escolar, achuchando los contenidos como hacen los operarios del metro de Tokio para poder cerrar las puertas de los repletos vagones.
Creo que el camino de la educación no debe ser empujar para meter más, sino un replanteamiento de lo que es básico en Educación Primaria y en la ESO: formar ciudadanos competentes que, sigan el camino que sigan, sean capaces de aprender aquello que necesiten en cada momento.
Pero volvamos a las sesiones de 45 minutos, las cuales desde mi visión personal no tiene más que una justificación política, ya que desde la perspectiva pedagógica no le veo ninguna otra. Con ello se busca aumentar el número de sesiones a pesar de disponer del mismo tiempo semanal y poder vender a los cuatro vientos mediáticos que en los centros escolares se dan muchas sesiones de matemáticas, de lenguaje, de inglés, de frances…
Como docente me gustaría ilustrar el tema con un ejemplo y para ello convirtamos el tiempo en dinero, que tanto uno como otro, del que disponemos es el que hay. Ese dinero debemos administrarlo en lo realmente necesario a lo largo del mes. Pero, ¿qué ocurriría si con el mismo dinero quisiéramos realizar viajes, comprar algún capricho, o ir al teatro? Evidentemente nos daremos de bruces con que no hay más madera que la que arde. Y en el caso del dinero, para compensar los excesos, podremos reajustar el gasto en los siguientes meses . Sin embargo con el tiempo no podemos hacer la misma compensación, el tiempo se va, se va… y se fue. En educación el tiempo es mucho más valioso y cuando estas políticas «del achuchón y aquí todo cabe» den su fruto nos encontraremos con generaciones cuyo tiempo no se le va a poder devolver. Creo que es un precio que ni nuestro alumnado ni el país se puede permitir.
No faltará quien pueda pensar que la cuestión está en saber administrar el tiempo y que sabiendo distribuirlo convenientemente habrá momentos para todo, pero este razonamiento muy válido en otras áreas de la vida, choca de frente con una realidad que no se puede olvidar. En educación no trabajamos con productos mercantiles sino con personas, y además personas pequeñas, esas mismas que necesitan su tiempo para asentar aprendizajes, para las cuales las prisas desembocan en fracasos, que necesitan jugar, ir adaptándose a ritmos y aprendizajes y a los cuales no se le puede aplicar las reglas de los adultos.
Parece una minucia, pero casi sin darnos cuenta, la administración, con la pasividad de familias y de muchos docentes, está convirtiendo un espacio de aprendizaje en un monstruo burocrático que genera más burocracia para seguir alimentándose. Espero no tener que ver en los años de docencia que me quedan sesiones de media hora y hacer «tiempo» para más contenidos.
Fuente imagen metro de Tokio. «PopYard«
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